Abelardo de Armas




Abelardo de Armas nace en Madrid en 1930. Pierde a su padre a la edad de siete años. Su madre, viuda con cuatro hijos pequeños, tiene que hacer maravillas para poder sacar a la familia adelante. Las dificultades de la posguerra civil española obligan a Abelardo a enfrentarse con la vida en plena adolescencia, haciéndole madurar prematuramente.




A los 20 años se encuentra con Dios en unos Ejercicios Espirituales organizados por el Hogar del Empleado, y dirigidos por el Padre Tomás Morales S.J., gracias a la invitación que le hiciera un compañero de trabajo. Desde ese momento se entrecruzan las vidas del P. Morales y de Abelardo. Este llegará a ser confidente, colaborador, cofundador y primer Director General de los Cruzados de Santa María, el Instituto Secular nacido en el seno del Hogar del Empleado.



Desde su conversión, la vida de Abelardo experimentó un giro copernicano: campamentos de formación juvenil, conferencias a muchachos, clases de orientación moral y profesional a los oficinistas (auxiliares de oficina y botones) en las entidades bancarias. Ha dirigido más de un centenar de tandas de Ejercicios Espirituales ignacianos, para jóvenes, universitarios y profesionales, así como alocuciones en las solemnes Vigilias de la Inmaculada.



El 17 de febrero de 1980, en Duruelo, enclave del primer convento de los carmelitas reformados, recibe una gracia que será clave para él y para la Cruzada. Muchas veces la ha narrado: “La gracia que yo he recibido es que veo mis manos totalmente vacías. No tengo ningún acto de virtud. Sé que nada de lo bueno que hago es mío. Y no solo no tengo actos de virtud, es que no los quiero. No quiero tener virtudes. Quiero que mi única virtud sea la confianza que nace de la virtud de Él. A partir de ese momento la gracia mayor para mí ha sido quedar inasequible al desaliento. Por mucha miseria que contemple en mí, esa sí que es mía”.



A partir de entonces va a dedicar ya toda su vida a propagar esta idea: las manos vacías, subir bajando, pequeñez y grandeza, el ascensor divino… Se trata de la gracia central de su vida. Gracia que irá cimentando y complementando con las lecturas en profundidad de las obras de S. Juan de Ávila y de Sta. Teresa del Niño Jesús.



La muerte del P. Morales en 1994, quien ha sido en todo momento su director espiritual así como su confidente y baluarte, supone un duro golpe en la psicología de Abelardo. En 1997 presenta su dimisión como Director de los cruzados por motivos de salud, y desde entonces percibe de forma creciente su pérdida de memoria, ese rasgo en el que siempre ha sobresalido. Es consciente de que en su vida se están operando cambios importantes, y acepta sus limitaciones. Hace vida su mística de las miserias y su espiritualidad de las manos vacías. En una palabra, se ha convertido en un contemplativo en medio de los hombres.



Se ha grabado su conversión en un audio titulado "Un seglar descubre la oración", donde personalmente narra el proceso de cambio, de lo mundano a lo divino. Sus charlas han sido recogidas en libros, tales como: “Rocas en el Oleaje”, “Luces en la Noche” y “Agua Viva”. Las canciones cantadas y compuestas por él, han sido grabadas y editadas profesionalmente en los últimos años. Sus títulos: “Manos de Dios”, “Hijo del hombre” y “Flor escondida”.